“EFECTO CO-VID” EN LA VIDA FAMILIAR


Cuando celebramos el año nuevo 2020 nunca imaginamos que podría venir una pandemia mundial que arrasaría con todos nuestros planes y proyectos. Todos hemos tenido que sobrellevar el temor y la incertidumbre, renunciar al control y adaptarnos al cambio. ¿Cómo afectan estas experiencias y procesos a la vida familiar y en especial a nuestros hijos? 

¿Cómo podemos hacernos cargo de nosotros, comprenderlos mejor a ellos y ayudarlos a salir con éxito de su propia crisis? 


A los adultos nos afecta esta crisis principalmente por la incertidumbre y el miedo a no tener ningún control sobre muchas situaciones, como nuestra salud y la de seres queridos, la inestabilidad económica (o incluso la pérdida de su fuente de ingreso) y la logística habitual de nuestra vida. Los hijos captan ese estrés y nos perciben diferentes (nos pueden ver irritables e impacientes, notan que a veces no les respondemos con suavidad, los corregimos de manera más ruda o nos alteramos cuando se equivocan, demoran o desobedecen). Ellos se dan cuenta de que algo ha cambiado, pero no logran tener una mirada explicativa y comprensiva adecuada, ya sea porque son demasiado pequeños o porque son adolescentes y están más conscientes de sus propios procesos que los de otros.


Lo cierto es que a ellos no les afecta directamente el CO-VID, sino que les perturba nuestro cambio, además de las frustrantes diferencias en su vida cotidiana: ya no pueden interactuar de manera presencial con pares ajenos a su familia, no pueden ir al colegio, jardín infantil o universidad, no pueden visitar a los abuelos o resto de la familia, no pueden ir al parque ni a fiestas, no pueden realizar sus pasatiempos o actividades deportivas y recreativas de antes, entre otros. Todo ha cambiado para todos. Nunca habíamos pasado semanas completas juntos, que no fuera en contexto de vacaciones. 


Los miembros de la familia pueden extrañar sus espacios personales y privados y pueden sentirse abrumados al no poder desplegar recursos evitativos como irse a la casa de un amigo, quedarse más tiempo en el trabajo, salir de compras, etc. No es fácil tener que quedarse cuando quieres huir y distanciarte, ni aprender a convivir encontrándonos bajo presión, estrés y necesitando sacar adelante lo que se espera de ti: mantener a salvo a la familia, sostener la casa, cuidar el trabajo o cumplir con los estudios.


Entonces ¿qué posibilidad tenemos para salir adelante? Desde mi punto de vista, la misma familia que experimenta la crisis tiene más posibilidad de salir adelante si está unida; porque precisamente, la unidad les facilita apoyarse y complementarse. La misma pareja que está experimentando esta crisis, que le afecta como pareja amorosa y parental, puede hacer un acuerdo de unir sus recursos en beneficio de la familia entera. Son los adultos los que tienen mayores posibilidades de hacerse cargo de sí mismos y ayudar a los más frágiles de la familia que siempre son los niños y adolescentes. 


Sugiero, como primer paso, que los adultos de la casa resguarden su autocuidado: se alimenten bien, realicen actividad física, procuren dormir bien, se permitan momentos de descanso y recreación, se den permiso para “sentir” sin culparse o regañarse, se concedan tiempo para reflexionar y darle a la experiencia un sentido superior rescatando el aprendizaje que se ha ganado. Las crisis siempre son una oportunidad para hacer mejoras, crecer y cambiar.


En segundo lugar, recomiendo lograr comprender la crisis actual desde la perspectiva particular de cada hijo y su edad específica, lo que enmarca sus propias luchas, frustraciones y particulares desafíos. Es importante adecuar nuestras expectativas acerca de ellos a la circunstancia que vivimos y no suponer que sus “malas conductas” se deben a su deseo de manipular o a su personalidad. Es más adecuado leer estos comportamientos como un “estado”, algo pasajero directamente relacionado con la condición que nos toca vivir , y como algo relacionado con la etapa del desarrollo que atraviesan, la que nos presenta una oportunidad de afirmar en ellos lo esencial: seguridad y protección para los menores de 2 años; autoregulación emocional y tolerancia a la frustración entre los 2 y 5 años; sentido de competencia y logro entre los 6 y 11 años; fortalecimiento de la imagen personal en adolescentes y autonomía en los jóvenes adultos.


En tercer lugar, es preciso construir juntos un hogar de transición y adaptación donde cada uno se sienta a gusto, seguro, aceptado, valorado y esencial. Esto puede implicar modificar los espacios de la casa, readecuar tareas, organizar procesos colaborativos y definir límites y horarios que resguarden a todos. Cada miembro de la familia da (aporta) y cada uno, recibe (disfruta). Como equipo, cada uno tiene que asumir responsabilidades de acuerdo a su edad, sus capacidades e intereses y cada uno recibe de los demás algo de valor. 


Por último, quisiera recalcar que la crisis que enfrentamos juntos, si la consideramos como una oportunidad de mejora, permite enseñarles a los hijos algo muy relevante acerca de la vida: que los momentos difíciles se pueden superar en unidad y que es un valor central saber reponerse a la adversidad, crecer, reinventarse, redefinirse y madurar. 





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